Por Ivette Estrada
Así se autoproclama. Es Gabriel García Hernández, mano derecha del presidente López Obrador durante varios años. Ejemplo de los altibajos del poder que, ahora, como senador, crea un proyecto que representa un guiño para Claudia Sheinbaum: los sentimientos de Iztapalapa.
Pero la demarcación de 1.86 millones de habitantes es un espejismo creado por él, la metáfora perfecta para regresar al primer círculo del poder donde estuvo siempre. Regresa por sus fueros a ser parte del gabinete de la “elegida”, como le llaman a la ex gobernadora de la Ciudad de México que busca la Presidencia por el partido en el poder.
Gabriel García fue el símil del “poder tras el trono”, una especie de Joseph Marie Córdova Montoya en el salinato. Se presenta como “el fabricante de los otros datos” y en su primer acercamiento directo a la prensa admite: “en los 25 años de trayectoria tuve necesidad de trabajar en el bajo perfil; no porque se hiciera algo malo (SIC) sino porque (se necesitaba) hacer la talacha”.
Y la hizo: construyó “Honestidad Valiente”, una asociación civil dedicada a recibir donativos para la campaña presidencial de 2006. También formó No nos vamos a dejar, A. C. y Austeridad Republicana A. C.
Posteriormente, se desempeñó como secretario nacional y del consejo Nacional de Morena, y fue coordinador técnico de la Defensa del Voto en la campaña para ocupar la Presidencia de México en 2012.
Gestionó el fideicomiso “Por los demás”, para ayudar a los damnificados del terremoto ocurrido el 19 de septiembre de 2017 en la Ciudad de México, que acumuló 78.8 millones de pesos. Los partidos políticos de la oposición denunciaron un presunto uso electoral del fideicomiso.
Después logró un puesto envidiable: ser el Coordinador General de Programas para el Desarrollo durante los primeros tres años del gobierno de Andrés Manuel López Obrador. Se convirtió en uno de los hombres más poderosos del sexenio: manejó 500 mil millones de pesos para redistribuirlo a 25 millones de familias y fue el jefe de los 32 superdelegados.
Pero cayó en desgracia. El 24 de junio de 2021, en el contexto de las derrotas electorales que sufrió Morena en la Ciudad de México, perdió seis alcaldías. Entonces “renunció”. Trató de paliar el coraje que esta derrota supuso para AMLO.
Sólo estuvo cuatro meses en el Senado. Después lo enviaron a mil kilómetros de Palacio Nacional, con el proyecto “Agua Saludable para La Laguna” lo trataron de ahogar… pero aprendió a nadar.
Con la experiencia que logró en esta misión, hoy conforma su tesis doctoral y genera la Propuesta de Ley General de Aguas. Estima que se requerirá una inversión de 12 mil millones de pesos, equivalente a dos años del presupuesto de la alcaldía.
Pero Iztapalapa es sólo un ejemplo de cómo solucionar el problema del agua, presente en todo el país. Aunque insisten en “destaparlo” como alcalde de Iztapalapa, el “fabricante de los otros datos”, admite que le gustaría apoyar a una mujer. “Estoy listo a ir donde me lleve el viento”. Y así rompe de manera clara con la etiqueta de “marcelista” que le impusieron por un tiempo.
El otrora poderoso consejero está de regreso. Lo avalan 30 años de trabajo político en la sombra, pero también una visión: “…creo que a la 4T le hace falta algo que yo llamo regresar a la esencia: mirar de frente a la gente. No recurrir a sentirse elevado o caer en la soberbia, sino comunicar adecuadamente, mirando a la gente y a todos los sectores”.
García Hernández es el artífice desconocido que fabricó los deseos de la gente. Hoy el agua que amenazó con ahogarlo lo catapulta. La suerte está echada.