PULSO
Eduardo Meraz
Al tiempo de una escalada en el lenguaje presidencial, la violencia política, verbal y física, se acrecienta en los primeros días de iniciadas las campañas electorales. No parece casual esta “armonización” entre los dichos de Palacio Nacional y los ataques a y entre actores políticos.
En la presente semana, después de más de un mes en donde el hashtag hacia el titular del ejecutivo mexicano sigue siendo tendencia, el mandatario palaciego ha decidido “quemar las naves” de la serenidad y ha asumido una actitud más beligerante.
Los conservadores, la mafia del poder y la minoría rapaz han sido reclasificados como “la derecha” y “los contras”, por el habitante temporal del palacete virreinal, en un intento de frenar la etiqueta con la cual parece será reconocido en la historia nacional su sexenio.
Así, la inicialmente bautizada como cuarta transformación pacifista, cederá su lugar a un movimiento “revolucionario”, con la carga de fuerza que conlleva tal distintivo. Y como consecuencia, quienes no comparten dicha visión son, en automático, “contrarrevolucionarios”.
A ello se suman en cascada los cuatroteístas, haciendo uso intensivo e indiscriminado del término “derecha” para encasillar a quienes no pertenecen a su cofradía. Y lo mismo el dirigente nacional de Morena, Mario Delgado, como muchos de sus panegiristas recurren a su uso con o sin motivo.
Este cambio en la terminología habla del estado de ánimo presidencial y de los integrantes del partido en el poder, ante las expresiones y manifestaciones de rechazo a un gobierno malhecho, gastalón, poco transparente y con crecientes sospechas de corrupción.
Las palabras ofensivas del mandatario sin nombre y sin palabra hacia opositores, pertenezcan o no a una agrupación o partido, van en aumento, como una manera de suplir las restricciones legales para intervenir en el proceso electoral. Comportamiento que, con certeza, se agudizará conforme se aproxime la fecha de los comicios, en junio próximo.
Estamos en el umbral en donde la violencia verbal se vea atropellada por la física hacia actores políticos, defensores de derechos humanos y periodistas, a los cuales no tarda en endilgarles el epíteto de “contras” y eso aliente agresiones y ataques hacia sus personas.
La despreocupación de Palacio Nacional hacia la veintena de asesinatos y las decenas de agresiones hacia la clase política y sus cercanos, adquiere niveles harto inquietantes. Las víctimas son lo de menos, lo importante es que al mandatario no se les cuestione para nada.
Los días postreros del sexenio se han traducido en horadaciones no sólo a la investidura por las continuas revelaciones de actos de corrupción en su gobierno, sino también en la estructura del palacete, lo cual deja a descubierto la creciente debilidad del ocupante de la silla presidencial.
El nuevo lenguaje utilizado por el presidente palaciego confirma su poca empatía hacia las víctimas, así como la urgencia de utilizar las acciones de “contras” y “recontras” para enrarecer el panorama electoral con hechos de violencia.
He dicho.
EFECTO DOMINÓ
Solicitar a la Fiscalía General de la República no ejercer acción en contra de quienes destruyeron una de las puertas de Palacio Nacional y pedir “coperacha” para arreglarla pintan al mandatario tal cual es: actuar fuera de la ley y ser gorrón, a pesar de contar con recursos públicos abundantes.