Por Ivette Estrada

En algún momento, todos somos o fuimos víctimas del acaparamiento, de ese deseo inexplicable por coleccionar y aferrarnos a ciertos objetos sin importar su utilidad y valor.

No sólo son reliquias almacenadas como parte de nuestra historia y recuerdos. A veces son objetos tuvieron un impacto efímero en nuestra vida o regalos fortuitos que preservamos sin discernir entre su utilidad o valor. Son las “cosas especiales” que guardamos para ocasiones extraordinarias, hasta que se deterioran o caducan.

¿Qué subyace en nuestro inescrupuloso afán de preservar cosas, a veces inservibles? Es un fenómeno muy extendido al grado de conformar lo que llamamos “el trastorno del acaparamiento” que posee entre el dos y el seis por ciento de los adultos de economías tanto desarrolladas como emergentes.

Si. No se trata de un afán de sobrevivencia, como la acumulación de objetos de primera necesidad, como ocurrió en la pandemia mundial del Covid-19. Tampoco tiene que ver con el nivel socioeconómico del acaparador, sino de su incapacidad de categorización que parece incrementarse después de los 55 años.

La imagen popular del “viejo tacaño” es una noción antiquísima del fenómeno de guardar por guardar.

¿Eres un acaparador?

Todos solemos guardar infinidad de cosas, pero existen distintos grados de acumulación: tolerante al desorden, coleccionista y acaparador.

Los coleccionistas eligen selectivamente lo que desean. Cada adquisición tiene intención y aprecio.

Las personas tolerantes al desorden pueden usar el método de «apilar» para almacenar artículos que aún no “procesan».

Los acaparadores, en cambio, están emocionalmente atados a su desorden y sufren de una incapacidad para distinguir lo que es «basura» o un «tesoro”.

A esta clasificación clásica agregaría la de los previsores: guardar por si se llega a ofrecer alguna vez.

¿En qué momento nos volvimos acaparadores? De repente pasamos por esta espiral de especialismo, donde algo que comenzó bastante ordinario se convierte en un poco más extraordinario, y al final lo guardamos para ocasiones especiales…que pueden no llegar nunca.

Existen ciertas cosas hacia las que comenzamos con un apego emocional. Sin embargo, al no usarlo, pero no solo ignorarlo, sino casi conscientemente no usarlo, lo convierte en suntuarios. Muchas veces, terminamos con cosas en nuestra casa que no tenían significado al principio, pero el no consumo las vuelve objetos de culto.

Acaparamiento en la era digital

Actualmente hay dos tipos de acaparamiento: el físico y el digital.

Y cuantas más cosas tenemos, ya sean cosas físicas o digitales, más tiempo tardamos en poder eliminarlas y más desalentadora se vuelve la tarea.

El objeto físico o virtual es una metáfora del tiempo. Confinamos pasado, lo que fuimos, los momentos y personas, las emociones. Pero también lo que anhelamos: la postergación de la felicidad, aquellos en lo que nos convertiremos, los momentos que deseamos. En cualquier caso, la acumulación da cuenta de trastornos de depresión/pasado y de ansiedad/futuro.

Contrarrestar la acumulación puede generarse a través del mindfulness o vivir en el momento presente, a través de la meditación, con lo que se desarraigará la incapacidad de clasificación.

Debemos pensar en la gestión de nuestras posesiones físicas o digitales. Es importante estar emocionalmente apegado a las cosas en nuestras vidas, pero a veces eso puede ser abrumador. Los objetos ordinarios pueden convertirse en tesoros percibidos, incluso cuando no lo son. Y podemos imbuirlos de tanto significado que llenamos nuestros espacios con cosas que nunca usamos.