PULSO

 Eduardo Meraz

 Fiel a su personalidad camorrista, el habitante temporal de Palacio Nacional está seguro que con su  sola palabra millones de mexicanos  estarían dispuestos a ofrendar su vida, para impedir una intervención gringa en territorio nacional encaminada a capturar a los traficantes de droga.

Optimismo desmesurado, si tomamos en consideración los otros datos de la realidad. En primer lugar, le harían el vacío a su llamado, los 25 millones de opositores existentes -según cálculos del oficialismo.

Tampoco podría contar con un número similar de estudiantes de educación básica, ni con los más de 11 millones de adultos mayores beneficiarios de la devolución de impuestos, o los millones de personas con discapacidad.

También es factible le nieguen su apoyo un buen número de mexicanos, familiares del más del millón de muertos y desaparecidos por sus fallidas estrategias de salud y seguridad, de los cuales tres cuartas partes fueron a causa de la pandemia.

Además, ha quedado demostrado de manera fehaciente la falta de valor del presidente totalmente palaciego, cuando aceptó las condiciones del gobierno de Estados Unidos en materia migratoria, ya sea como muro humano de contención o como casa obligatoria de huéspedes para migrantes.

Sin embargo, hoy que el país vecino del norte revela el modus operandi de los cárteles de Sinaloa y Jalisco Nueva Generación y externa su interés de trascender la estrategia mexicana de abrazos no balazos, se para de pestañas y lleva su camorrismo a otro nivel.

 Esa enjundia y coraje nunca se le han visto para atender a los niños y adultos con cáncer, los feminicidios, la falta de medicamentos, o para contener la pobreza, la caída en la calidad de la educación, la corrupción galopante en su administración y los altos índices de impunidad, entre tantos males que aquejan a los mexicanos.

Al contrario, ha preferido refugiarse en el envallado Palacio Nacional y desde su teatro en atril mañanero culpar al pasado y ofender a los demás, por lo que él ha dejado de hacer.

Por paradójico que pudiera parecer, el mandatario sin nombre y sin palabra gozó como ningún otro del respaldo popular al asumir su mandato. Fortaleza derrochada y derrotada por ineptitud y caprichos.

Por lo avanzado de su sexenio, los magros resultados, promesas incumplidas, sucesión adelantada, de la fuerza moral ya sólo le queda un chisguete, con el que difícilmente podrá impedir los vientos del norte. Del respaldo de la comunidad internacional mejor ni hablamos.

No se ven tropas ni armamento en la frontera. La guerra es contra el fentanilo y otros estupefacientes, no contra el gobierno o la población.

Por ello, la arenga presidencial del viernes veracruzano es una manifestación camorrista más de extravío y oquedad, de no distinguir entre peras y manzanas.

He dicho.

EFECTO DOMINÓ

Las casualidades en política no son resultado del azar, sino de causalidades. Según información oficial, el presidente sin nombre por tercera vez, se contagió de Covid-19, es decir, anda con las defensas bajas.

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@Edumermo