Por Teófilo Benítez Granados, Rector del Centro de Estudios en Ciencias Jurídicas y Criminológicas (CESCIJUC).
Existe un viejo dilema educativo: mayor matrícula en las universidades públicas. Sin embargo, hay quienes sostienen que esto va en detrimento de la calidad. Esta es la historia:
Respecto a la calidad y cobertura de la educación superior en México, con frecuencia se escucha que ante la creciente demanda de los jóvenes por asistir a la universidad, es necesario que el gobierno asigne más recursos a las universidades públicas federales y estatales para aumentar su matrícula.
Asimismo, se plantea que los gobiernos en sus diferentes niveles asuman como prioridad el construir más centros de educación superior. Sin embargo, todas estas afirmaciones tienen algo de imprecisión.
Desde hace más de tres décadas, diversos especialistas en educación superior señalan los graves problemas que la masificación de la matrícula estudiantil genera en la calidad de enseñanza de las universidades mexicanas.
Algunos investigadores como Rollin Kent, demuestran las distintas problemáticas de la educación superior, de cómo la poco planeada masificación se reflejó en el desarrollo no articulado de las instituciones de tercer nivel, en su aislamiento, en su deterioro académico, al no contar con personal docente capaz y suficiente, en la heterogeneidad de la demanda para los estudios de licenciatura, en la falta de coordinación entre instituciones y en la duplicidad de carreras, programas y proyectos.
La masificación deviene desde tiempo os del gobierno de Luis Echeverría Álvarez, hecho que significó un viraje importante en las relaciones entre el Estado y las universidades, contrastando fuertemente con el duro trato que las caracterizó durante el sexenio de Gustavo Díaz Ordaz, del que Echeverría formó parte como Secretario de Gobernación.
En la década de los setenta se cuadruplicó el nivel medio y se triplicó el nivel medio superior, lo que puso las condiciones para que a mediados de los años ochenta un millón de jóvenes ingresara a las universidades del país. Así, la masificación estuvo en proceso durante los setenta, como un intento de expiar democráticamente los pecados de la represión contra el sector estudiantil.
Sin embargo, el asunto no era tan simple como a primera vista se presentó. La simple expansión numérica de la matrícula en la educación superior no trajo aparejada una mejora en la situación económica del país ni en sus habitantes.
Desde 1972, las instituciones de educación superior podían ya absorber el 100% de egresados de educación media superior. Hoy, las principales universidades públicas sufren el acoso de los aspirantes que son rechazados vía examen de admisión. Pero el problema es más complejo que el simple aumento de la matrícula. Por ejemplo, del total de alumnos que la institución recibe cada año, menos del 20% se gradúa. Por tanto, ampliar la cobertura sin corregir el problema de eficiencia terminal, simplemente es dar una salida política.
Una vez que se rebasan los periodos de admisión en las universidades públicas, las privadas reciben en gran número a los aspirantes que no lograron colocarse en aquellas. El alumno y sus familias deben entonces hacer un esfuerzo para cubrir una colegiatura que puede ser mediana o alta, según la institución elegida.
Entonces el dilema de masificación y calidad no resulta tan simplista y habrá que analizar como equilibrar ambos factores para generar el bien común.