PULSO

 

Eduardo Meraz

Prácticamente cada día se da a conocer un nuevo caso de «aportaciones» vía contratos, moches, persuasiones o sobrecostos en la compras y obras gubernamentales, sin por ello impedir sigan acumulando proyectos inaugurados sin terminar, mochos.

Sin hacer un recuento pormenorizado de las obras inconclusas, inauguradas pomposamente por el presidente totalmente Palacio Nacional, al menos las emblemáticas nunca han empezado a funcionar cuando cortaron el listón.

Los montajes oficiales, sin embargo, no alcanzan a esconder las escenografías de baratillo y mucho menos los malos manejos del dinero de los contribuyentes y, hasta el momento, sin sanción alguna para los responsables.

El derroche de recursos ha sido un festín para funcionarios y contratistas, al no establecerse límites presupuestales. Lo único válido es satisfacer los caprichos presidenciales.

En el caso de las obras, cuando han sido concluidas en tiempo y forma, como los caminos rurales en el sureste, terminaron por ser un gasto inútil al quedar inutilizados por la mala calidad y diseño de los mismos.

Frente al gasto manirroto en proyectos que tardarán años en ser rentables -si algún día logran serlo- cercano al billón de pesos, el deterioro en instalaciones educativas, de salud, de transporte y otros es inocultable, a grado tal que ha provocado varios fallecimientos.

Pero esas minucias en absoluto causan intranquilidad o preocupación en el habitante temporal de Palacio Nacional. Sus intereses están orientados en ver la manera de salir lo mejor librado de los actos de corrupción de su círculo cercano, que empiezan a brotar como hongos.

De acuerdo con la tradición política mexicana, en el último año de cada sexenio, las denuncias de corruptelas de los funcionarios se incrementan más del doble a los años previos, por lo cual es dable esperar mayor desasosiego entre el oficialismo.

La visión «mocha» del cuatroteísmo sobre democracia, legalidad, división de poderes que quiere imponer, es para evitar la derrota en las elecciones de 2024 y, con ello, ser enjuiciado por el desastre de país que están dejando.

He dicho.

EFECTO DOMINÓ

Conforme se aproxima el fin del actual sexenio, el mandatario sin nombre y sin palabra se encierra más y se aleja de los otros poderes y de la gente. A ese paso, va a necesitar una «traqueotomía política» para no ahogarse.

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